Guio No Mori = El bosque de Guio
Escritor, Músico, Creador
Noche de
chillidos
Ilustración de @water.muse
Con un poco de suerte Carlos logra saltar al otro lado de la quebrada, los alaridos y chirridos de aquella mujer del averno le siguen con paso firme. Carlos llora como recién nacido cuando es arrancado del vientre, corre con pánico a sabiendas de que su vida depende de ello.
La mujer, sin rostro visible, parece flotar sobre el suelo a una velocidad cercana al sonido, mientras da alaridos y chillidos agudos con la suficiente fuerza e intensidad como para romper cualquier cristal.
Carlos llega hasta el centro del pueblo y se mete a la iglesia.
La mujer deambula entre las calles en búsqueda de su presa seguida de unos pasos diminutos, niños que vagan como extensión de su madre.
Carlos reza por primera vez en años, con rodillas en piso y frente abajo, ruega a la deidad le salve de dicho espanto.
Una puerta de la iglesia chirrea por el oxido, Carlos sube la mirada y ante él, aparece la vivida imagen de su difunto hijo quien lo mira llorando mientras pregunta - ¿Porqué? -
Carlos se para de inmediato y sale espantado de la iglesia, en su mente trata de buscar algún lado del pueblo en el que pueda estar a salvo. Corre guiado por nada mas que su instinto hasta llegar a la estación de policía, frente a ella la mujer espera.
Al verla, frena de inmediato, da media vuelta y corre de nuevo, con temor vuelve a adentrarse en lo profundo de la maleza, con la idea de regresar a aquella cueva que ha llamado hogar desde hace unos 2 meses.
Tras cruzar una pequeña cascada llega a una hendidura escondida que da camino a una diminuta cueva. Carlos se encoge casi que zafando sus articulaciones para poder entrar en esta diminuta entrada.
Dentro de la cueva trata de calmar su corazón, toma hondas respiraciones, inhala, exhala. Su pulso baja, el corazón se calma y la niebla en su mente disminuye. En este lugar nunca lo ha encontrado, así que tiene la certeza de haber escapado.
Tras unos segundos siente un fuerte escalofrío, voltea a mirar pero sus ojos son incapaces de distinguir figura alguna, sin embargo siente no estar solo.
-¿Papi?- dicen varias voces infantiles en unisono.
Carlos sale como puede pero por un rato se queda atorado en el hueco, siente dolor punzante en las piernas hasta que por fin logra salir. Las pantorrillas le sangran, tiene la piel abierta a causa de múltiples arañazos. Frente a él encuentra un grupo de policías que lo miran, le apuntan con pistolas y uno de ellos se acerca para arrestarlo.
Carlos suspira aliviado y extiende sus manos. Los policías retroceden asustados, con sus rostros lívidos del miedo. Carlos voltea a mirar pero lo único que ve es negro.
Los policías llegan a la estación, el comandante les pide informe, los policías se miran los unos a los otros sin saber que decir, el comandante les grita, uno de los policías da un paso adelante y con piernas temblorosas abre la boca para hablar, sin embargo es interrumpido por un chillido cercano que rompe los vidrios de la estación.