- Lejos de la ciudad, lejos, lejos - Se repite una y otra vez para sí misma, está exhausta de obligarse a sonreír porque “hay que mantener las apariencias”, dice mamá. Con las gotas de sudor en la frente, la espalda cansada y sus piernas temblorosas bajo un vestido de cóctel negro; pedalea en la bicicleta para subir a la colina, donde podrá por fin descansar de las falsas luces y acariciar sus ojos con el esplendor del cielo nocturno.
Al llegar a la sima deja la cicla a un lado, se acuesta en el pasto con los brazos abiertos y cierra los ojos. Su mente es asaltada por recuerdos y sentimientos, aprieta la mandíbula con fuerza en un vano intento por acallar su mente, quiere silencio, quiere paz, no aquel caos heredado. El peor de los recuerdos se hace vívido, su corazón se acelera, tras un fuerte grito abre los ojos y se sienta para alcanzar el aire que se le escapa.
La espalda le suda, pero ya no es por el cansancio, es un sudor frío de aquellos que van acompañados por pánico y ansiedad. Con gran esfuerzo se para, mira la ciudad para tranquilizarse, piensa en sus mejores amigos: Carlos, quizá toca la guitarra mientras su “molesta” hermana golpea fuerte la puerta para que la deje entrar al baño; Marta, se hace un estrafalario maquillaje frente a la cámara para subirlo a youtube, creé va a ser toda una estrella; y Migue… Migue debe estar con su novia, así que ni notará que lo ha llamado… ¿O tal vez no le interesa?.
Es divertido como pensamientos tan triviales se cuelan cuando se está desecho.
Ya calmada, se acuesta de nuevo y mira las estrellas, con sus dedos traza líneas entre ellas, busca aquellas figuras que de niña veía. Extraña esa época, donde la vida era simple, se preocupaba por salir al parque, comer helado, jugar con el perro y dormir junto a mamá. Entonces una pregunta surgió en su mente - ¿Qué es ser adulto?-.
En búsqueda de la respuesta echó mano a los recuerdos.
Su madre hace pataleta por no poder llegar a tiempo a la película, la llanta del taxista se pinchó.
Su tío toca la guitarra aérea mientras agita su larga cabellera.
Su abuelo, de traje y corbata, come una gigante paleta de dulce, como esas de las caricaturas.
Una sonrisa se le escapa al pensar en ello - Tal vez nunca se deja de ser niño, no del todo -.
¡Fiu-fiu!
Voltea a mirar, los silbidos provienen de un grupo de hombres que se acercan mientras vociferan vulgaridades y ponen en palabras grotescas sus deseos de tener sexo con ella. Asustada, agarra la cicla y se monta, ellos corren para evitar que se vaya, ella pedalea con fuerza hasta llegar a la bajada donde deja a la gravedad hacer su trabajo. Los hombres se quedan en la sima gritando - ¡Puta! -.
El calor de la rabia recorre sus mejillas, sus ojos dejan salir lágrimas de frustración que vuelan fuera de su rostro. - ¡Los hombres son una mierda! - Grita mientras pasa a toda velocidad por un grupo de casas ubicadas a mitad de camino. A su mente le llega la imagen de su mamá, golpeada en la esquina de la sala - Yo me lo gané mija, eso lo hace su papá porque me ama -. Nunca logró entender por qué lo defendía, al crecer trató de convencer a su mamá y huir de aquel monstruo tirano, sin embargo siempre respondía - No, no, no, mija ¿Cómo se le ocurre? ¿Qué va a hacer su papito sin nosotras? ¿No ve que él nos ama? -.
La bicicleta sigue aumentando la velocidad, ella no puede controlar el manubrio, trata de frenar pero la velocidad no disminuye. Levanta la mirada, ya ha bajado la montaña y ha llegado a la carretera principal, el semáforo está en rojo y los carros van a toda velocidad. Ella toma el manubrio y dirige la cicla contra el andén. Tras el choque, su cabeza se estrella contra el suelo y sus ojos se cierran.
De su mente surge una imagen vívida, es ella adolescente, duerme en su cuarto; escucha a su padre llegar borracho, suenan los golpes seguidos de los quejidos de su madre. Ella, como niña que se esconde de una pesadilla, se tapa la cabeza con las cobijas. Los pasos se acercan al cuarto, la puerta se abre, la cobija es lanzada al suelo por su padre quien la mira con ojos libidinosos.
- Señorita ¿Está bien? - Una voz dulce y arrulladora la saca de aquel horrible recuerdo. Abre los ojos y ve a un hombre que le extiende la mano. Ella se para y por instinto da unos pasos atrás - Cariño ¿Está bien? - Es una mujer con un niño en brazos que se acerca al hombre. - No sé, parece asustada - Dice él mientras pone las manos en el aire para mostrarse inofensivo.
Al ver que es una familia, se relaja - Me quedé sin frenos, pero no pasó nada grave - Mientras se limpia el vestido. - ¿A dondé vas?- Dice la mujer - A la funeraria de la esquina - . La mujer le mira las rodillas, tiene raspones, luego mira su rostro y nota temor en sus ojos - ¿Quieres que te acompañemos? - - No quiero ser ninguna molestia - - Nada de molestias, tranquila - La mujer se acerca, la coge de gancho y mira al hombre, el cual no entiende la indirecta, la mujer carraspea su voz y mira la cicla, él asiente, la levanta y camina detrás de ellas.
En el corto camino, la mujer le habla sobre su vida como padres primerizos, las anécdotas son graciosas y amorosas, lo que le permite olvidar por un instante lo sucedido en la colina. Cuando llega a la funeraria se despide de la familia, quienes regresan para continuar su camino. Ella los ve alejarse con un sentimiento cálido, los envidia, quisiera haber tenido eso.
Toma una gran bocanada de aire, se da media vuelta y entra a la funeraria. En el vestíbulo se encuentra una foto inmensa de su padre, en la sala hay un montón de gente desconocida, algunos ríen y otros lloran. Su mamá está sentada junto al féretro viendo el rostro del difunto.
Se acerca a su mamá, la abraza y le da un beso en la frente.
En el funeral, las personas lanzan palabras a un hombre que nunca existió, como si aquel cadáver fuese de uno con magníficas cualidades. Ella se muerde la lengua para evitar dar un escándalo, pero no por ella, ni por los demás, lo hace por su mamá a quien no quiere lastimar.
Al finalizar, van a casa, ella toma una maleta con ropa y se despide de su mamá quien con lágrimas en los ojos le implora que se quede. Ella sonríe con dulzura, le acaricia la mejilla y dice - Ya no tengo que protegerte, ahora es mi turno de elegir en este mundo. - Le da un último beso y se va de aquel lugar, sin saber a dónde ir, ni qué depara su futuro, pero con la certeza de forjar su propio camino.
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